Cae la lluvia
Caen una a una las gotas, como semillas en la tierra…
Percibo su sonido acariciando las hojas, arribando al suelo, humedeciendo mi tarde.
Van limpiando mis viejas creencias, mis preocupaciones, las experiencias del pasado, mis condicionamientos, mis expectativas por el futuro.
Lavan memorias de dolor, de pérdida, de supuestos fracasos. Historias de amores perdidos y de otros no tan olvidados. Alivianan las exigencias, el “deber ser”, los juicios, las interpretaciones, el peso innecesario de aquello que ya no me es nutricio.
Caen una a una las gotas haciendo espacio, generando vacío. Y con él se abre una mar de incertidumbre, de misterio. Tierra fértil y próspera. Llanura infinita, océano, desierto, abismo.
Inhalo y exhalo profundo. Conectándome con el núcleo de la tierra misma. Me sumerjo en un estado de dilución, de no límite, de emoción a flor de piel. Y emerge la gratitud. Ella es mi gran maestra. Ella me sana.
Caen una a una las gotas, incesantes. Y cada presencia me emociona, me humedece la mirada, me ablanda el corazón. Cada saludo me conmueve, me renueva, me nutre y expande el alma, me llena de esperanza en el “nosotros”. Cada expresión de afecto me vuelve una mujer más receptiva, paciente, contemplativa, agradecida, potentemente vulnerable, intensamente leve.
Caen una a una las gotas e inundan mi corazón de verdades olvidadas, alumbran rinconcitos que se mantenían en la sombra, que silenciosamente pulsaban por volverse espuma, para retornar a la orilla de mi conciencia.
Caen una a una las gotas mientras me sumerjo en lo profundo y desde allí me elevo, renovada, libre, limpia, humana, más humilde, más liviana. Con el corazón abierto y agradecido por cada instante compartido.
Llena de gracia por amar la vida, por intentar habitarla a conciencia, con profunda honestidad conmigo misma, impulsada siempre hacia adelante por el fuego de mi corazón, cada vez más receptiva al agua de mi luna, sabiamente encaminada por el sendero del amor, que a cada paso me abre inesperados caminos, llenos de nuevos aprendizajes y de bondad.
Caen una a una las gotas y con ellas renazco una y mil veces, como lo hacen las flores, que nacen y mueren infinitamente, en cada primavera. Esas que nos bendicen con su dulce aroma, con su colorida presencia, con su frescura y su pureza.
Soy flor renacida, soy agua, soy tierra, soy ese fuego que emano a cada paso, ese aire tibio que inspiro y que comparto contigo, desde lo más profundo que habita en mi. Desde mi corazón a tu corazón, que son uno. Hoy y siempre.
Gotas de un mismo océano que caen y se transforman, juntas, porque no hay otro modo de transformarnos si no es unidos, brillando cada uno desde la particular luz de su inigualable esencia.
VeroWillenberg.com
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